¿Qué es esto?

Ante todo, escribimos por vanidad; no por gusto, sino por ocio, porque no tentemos nada que hacer. Se escribe porque se quiere creer que se hace algo, pero de antemano sabemos que eso es sólo una mentira. Así como algunos aportan dinero, injusticias, felicidad, placer, Dasein aporta "tontería, ociosidad y vanidad".

domingo, 15 de enero de 2012

El futuro de la historia o el fin de la pesadilla.


Hace más de 20 años, Fukuyama estaba convencido de que ya no había nada más que discutir: la democracia representativa y la economía libre habían ganado la batalla. La historia no podía seguirse “reproduciendo” porque ya no tenía cómo; y no tenía cómo porque la antítesis del modelo vencedor ya no estaba allí, ni moribundo o escondido: el comunismo como ideología y la economía controlada por el Estado habían sido erradicadas de la faz de la tierra.

Sin embargo, este Fin de la historia, lleno de un optimismo más que rimbombante y que se originó tras la caída del bloque soviético, ya no es más que un recuerdo. Incluso para el mismo Fukuyama.

Hace menos de dos semanas, Francis Fukuyama, quien se hizo famoso por sus concepciones sobre el Fin de la historia, ha vuelto a escribir sobre la historia. Sí, la historia, pero esta vez sobre el futuro de ésta. The Future of history: Can Liberal Democracy Survive the decline of the Middle Class? [Algo así como “El futuro de la historia: ¿puede la democracia liberal sobrevivir a la caída de la clase media?”[1]]; texto que ha sido publicado en la revista norteamericana de relaciones internacionales Foreign Affairs, en su edición enero/febrero de 2012.

Desde el principio, el texto pone sobre la mesa varias cuestiones actuales. Enfocando su análisis sobre las problemáticas actuales de los Estados Unidos, Fukuyama considera totalmente entendible el actual descontento generalizado contra un sistema financiero que, por su propio descontrol, ha llevado a la actual crisis económica mundial; no obstante, afirma este politólogo estadounidense, dicho descontento ha sido aprovechado más por la “derecha populista” (el Tea Party, por ejemplo) que por los movimientos de indignados (u Occupy).

Para Fukuyama es claro que la actual izquierda no ha propuesto una solución viable a la crisis. Incluso las clases trabajadoras de hoy, como ya lo advertía la Segunda Internacional, se inclinan menos por una “guerra de clases” que por consignas de corte nacionalista. El claro ejemplo de este fenómeno es el fracaso de varios gobiernos de izquierda en Europa y el surgimiento de una derecha que piensa más en términos locales que regionales.

Entendiendo que también el nacionalismo y elitismo de los conservadores en Estados Undios y Europa no convencen mucho a Fukuyama, tanto la derecha como la izquierda han fallado en proponer —en el ámbito político, ideológico y económico— una solución realista y clara a la crisis. En este sentido, Fukuyama insta a cuestionarnos cuál es el centro de la crisis.

Para él, sin duda, es la caída de la Clase Media.

Utilizando una visión ampliamente simplista de la Clase Media —los que no tienen mucho pero tampoco muy poco –literalmente—, Fukuyama considera que fue ésta clase el producto del capitalismo y no la “clase trabajadora” o proletariado mundial, que alguna vez creyó vislumbrar Marx para el mundo; es más, según este politólogo de origen japonés, ha sido la Clase Media el principal enemigo de las ideas marxistas en el mundo desarrollado. En este sentido, Fukuyama establece la vieja relación —muy difundida en nuestros países por la CEPAL, allá para los años cincuenta— entre la Clase Media y la hegemonía de la Democracia Liberal: entre más grupos medios tenga una sociedad más democrática será.

En este orden de ideas, para Fukuyama el futuro es desolador. La actual crisis económica (con las soluciones hasta ahora propuestas) y la globalización van a llevar a la eventual caída de la Clase Media en los países desarrollados y con ella a la democracia liberal. El proceso de Globalización es, de manera curiosa, bastante recalcado por Fukuyama. El modelo de economía libre, antes idolatrado por él mismo, es ahora la pesadilla del aquél sueño donde sólo lo bueno podía venir. El flujo libre de empresas, capitales, mercancías y personas ha hecho que los países “en desarrollo” ofrezcan el mismo trabajo de las clases medias del primer mundo a un precio muchísimo más bajo. Es claro que una de las cuestiones más importantes para Fukuyama es cómo llegar a defender la Clase Media de los países más poderosos económicamente.

La salida a esta pesadilla no la pretende proponer Fukuyama. Sin embargo, sí considera que una eventual solución a este embrollo debe tener ciertos puntos básicos.

Primero, debido a la pobreza intelectual de la izquierda contemporánea (sí, con esas palabras la califica) y a la mediocridad de la “derecha populista”, una nueva narrativa debe ser creada con las mejores ideas de estos dos extremos; Fukuyama, además, recalca que se debe evitar la crítica del Capital en sí mismo, en esto no ha cambiado su discurso: criticar el capitalismo daría la posibilidad de defender modelos que ya la historia clasificó como caducos.

Para evitar la caída de la clase media (de los países desarrollados, primordialmente), el autor asegura que debe haber una lucha contra el proceso de la globalización actual; esto anclado a un nacionalismo moderado (que vaya más allá del “compre nacional”).

La pesadilla, la fase superior del capitalismo

No hubo el fin de la historia, y para Fukuyama esto ahora está más que claro. La economía libre ha terminado generando una increíble concentración de las ganancias, hasta el punto de hacerse evidente y real en los países más privilegiados. En este sentido, el modelo defendido/difundido por Europa y los Estados Unidos —y que, a diferencia de muchos países periféricos, nunca implementaron— les ha tocado su puerta. Ahora son víctimas de su propio invento. Las “reformas estructurales” que antes eran en la periferia simples experimentos de sus propios tanques de pensamientos, están siendo implementadas en la mayoría de economías europeas.

Fukuyama pone de relieve la importancia de crear una nueva narrativa que tome acciones claras y concisas contra la crisis, pero no pueden provenir del llamado “modelo de Beijing”. El totalitarismo del Partido Comunista Chino, el cual toma decisiones rápidas en todos los ámbitos sin consultar a nadie, no puede ser el modelo a seguir.

No deja de ser obvio que la lectura del último artículo de Fukuyama puede dar muestras de arrepentimiento en lo que respecta a su teoría del Fin de la Historia; se puede leer con cierto Schadenfreude. No obstante, este no debería ser el centro de atención de los lectores. Este artículo de Fukuyama lo que pone en evidencia es el advenimiento, por así decirlo, de una nueva corriente de pensamiento que ve al mismo tiempo al capitalismo como el gran vencedor de la historia pero a la globalización como el nuevo enemigo, propio del sistema, al que hay que detener.

Esta “anti-globalización" de derecha es preocupante, teniendo en cuenta que movimientos anti-globalización de izquierda no se han articulado más que para promocionar foros que son más tomados como turismo revolucionario que como otra cosa.

Esta anti-globalización habla de redistribución, pero dentro los países ricos; ya no habla de Estado de bienestar, pero habla de garantías básicas promovidas desde lo público y lo privado —en esto Fukuyama mira con gran admiración el modelo alemán. En síntesis, esta lucha contra la globalización habla de un socialismo, sí, pero para los ricos.

No deja de ser interesante el balance que hace Fukuyama sobre la actual clase media y su descontento político. Este politólogo critica —indirectamente— al movimiento Occupy por pensar que el problema radica son los grandes centros financieros y no que son los mismos gobiernos y políticos los que han permitido la especulación y la pérdida. Sugiere que si van a “ocupar” algo que sea La Casa Blanca.

Esta “clase media” de Fukuyama, estos indignados del primer mundo que antes defendía el modelo económico que los hacía sentir por encima del promedio mundial y que siguió invirtiendo en su educación mientras otros morían de hambre; aquellos imbuidos en el sueño del ascenso social hoy se han estrellado con un sistema que ya no los necesita: que los y les escupe.

Antes, felices de creer que eran afortunados por usar el cerebro en vez de las manos, se han encontrado con un modelo económico donde pocos piensan para someter a la mayoría. Sí, es necesaria una solución. Y tal vez sea caduca la idea de un capitalismo de Estado. Puede ser. Para ponerlo en términos fisiológicos, lo que no puede ser posible es seguir pensando en la lozanía sin criticar la misma enfermedad: no se puede crear el cambio sin re-pensar el mismísimo Capital: este el error cotidiano de Fukuyama.

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