¿Qué es esto?

Ante todo, escribimos por vanidad; no por gusto, sino por ocio, porque no tentemos nada que hacer. Se escribe porque se quiere creer que se hace algo, pero de antemano sabemos que eso es sólo una mentira. Así como algunos aportan dinero, injusticias, felicidad, placer, Dasein aporta "tontería, ociosidad y vanidad".

jueves, 31 de marzo de 2011

Quiero oír a mi presidente hablar de Rulfo.


Por: Juan Camilo Gómez.

Hace poco vi un video en Youtube en donde reunían a dos “personalidades” de la política colombiana actual, al ex candidato presidencial Gustavo Petro y al ex-consejero presidencial José Obdulio Gaviria, a conversar y dar su opinión sobre la película Retratos en un mar de mentiras, del director colombiano Carlos Gaviria. El video se encuentra en esa página de internet con el nombre “Petro y Jose Obdulio” (http://www.youtube.com/watch?v=WKgpaXCrpSE) ; así, Jose, no José, a lo “gringo”. Aunque no dejo de recomendarla, en primer lugar, no voy a hablar de la película. En segundo lugar, no conozco con precisión las ideas políticas de los dos personajes que entrevistan; así, tampoco voy a hablar de ellos como tal. En tercer lugar, no tengo un conocimiento apropiado sobre la tendencia actual del cine colombiano, y mucho menos latinoamericano; entonces, tampoco voy a hablar de cine. En cuarto lugar, no tengo la intención de escribir sobre la posible relación existente entre el arte y la política, por lo menos no directamente, y mucho menos sobre las posibilidades “políticas” del arte; este es un tema que otros tratan con una mayor pertinencia. Quiero, para decir que es sólo una voluntad y no algo que se realizará con efectividad, escribir sobre un hecho que me parece curioso y poco común en un país como Colombia: las opiniones sobre el arte, o sea estéticas, que surgen desde actores políticos. Esto inevitablemente me lleva a una pregunta que quiero simplemente plantear y a la cual quiero llegar: al referirme a “actores políticos”, o simplemente políticos, cabe preguntarse si existe realmente una profesionalización, como un espacio disciplinario, ya sea intelectual o simplemente un hacer, “propia”, autónoma.

No quiero escribir desde la posición de la interdisciplinariedad que se suele buscar en los espacios académicos e intelectuales de nuestras universidades. Tal como lo señala Rancière, la puesta en juego de los estudios multidisciplinarios, que supone una colaboración de conocimientos y de disciplinas, conlleva en realidad una actitud que quiere afirmar una identidad en las disciplinas de conocimiento, y con ello determinar que El Conocimiento intelectual de hoy está conformado por una multitud de pequeños estados autónomos entre sí, “de disciplinas provistas cada una de su terreno y sus métodos propios”. En vez de formularlo en esos términos, es preferible pensar la puesta en común de diversas disciplinas del conocimiento de otro modo: desde la constante interrogación de lo “propio”, de su autonomía (sus métodos de análisis, constitución, objetos de estudio). En otras palabras, quiero revisar si en verdad existe un espacio propio de los estudios políticos o estéticos, y a la vez, plantear que la supuesta especificidad, que conlleva asumir ese lugar autónomo, de la política, es a su vez su degeneración.

El conversatorio comienza con algunas imágenes de la película de Carlos Gaviria que describen someramente la temática en la que gira la cinta: la violencia paramilitar en la zona del Magdalena Medio. Gustavo Petro, el primero en hablar, oriundo de ese lugar, comienza aclarando que la película, él, como cualquier colombiano, no la puede ver desde la posición de un cineasta, o de un especialista de cine; aclaración que quiere, en un principio, declarar la modestia de Petro con relación a la crítica de cine, pero que luego va a dar cuenta de la idea que él tiene de una obra cinematográfica, y, se puede inferir, del arte en general. Lo primero que le interesa señalar es la alusión inmediata que se muestra en la película de la realidad colombiana; en su lectura, hegeliana por naturaleza, vincula de inmediato la realidad concreta, histórica del país, con el valor, el sentido que tiene la película. El hecho que se logre “caracterizar”, o “representar”, con exactitud las distintas problemáticas de violencia, desplazamiento, etc. del departamento de Córdoba, hace que esta sea una película lograda, que valga la pena ver.


Por su parte, José Obdulio, quien critica cualquier sistema marxista, mantiene una relación estrecha con un sentido hegeliano de la obra de arte —en esto se parece a Petro (en esto, y en otras cosas más, se parece el neoliberalismo al marxismo) —, pero en un sentido particular: para él la película no está dando cuenta exacta de la realidad social y política de nuestro país, sino que está aludiendo a algo que no es “nuestro”. Curiosamente, para poder argumentar acude a la crítica de la mass-media que se hizo popular en los Estados Unidos en los años sesenta y setenta: esta película, amarillista y sangrienta, corresponde a un modelo de propaganda con fines evidentemente comerciales, que buscan impactar a un público mediante efectos especiales, muertes, masacres, que se desvían de la noción que tiene él del cine: el arte debe articulase con la realidad histórica. La diferencia con Petro estriba en que para Obdulio el país no es el que se pinta ahí, que esa visión (de masacres paramilitares, de desplazamientos, etc.) no hace parte de lo que para él es Colombia. En esa manera, la película adquiere la connotación puramente comercial, que hace extraña la realidad colombiana, y por lo tanto, no merece ser vista. Las producciones cinematográficas, argumenta, deben construirse en un reflejo honesto de lo que para él es la realidad social y política: en un cine que muestre un país mucho más “dinámico”, “activo”; así, se deben mostrar historias de estudiantes, de amor, desengaño, de humor, porque estos son modelos más apropiados para el cine. No quiero entrar a discutir esto, pero lo que él no sabe es que esos modelos son más comerciales que el otro, el que rechaza.

Petro, que quiere defender su idea de realidad histórica colombiana, le dice, aún sin entender completamente el argumento de Obdulio, que el arte no puede ignorar lo que la realidad circunda. Pone el ejemplo del tipo de cine que debió producirse en la Segunda Guerra Mundial: si bien pudieron existir historias de amor durante la caída del tercer Raich, el cine que debió permanecer en la historia, el más pertinente, fue el que no ignoró los acontecimientos históricos más profundos que estaba sucediendo: Auswitsch y los guetos. Incluso, un poco más marxista en su concepción del arte, no niega las posibilidades de movilidad que puede llegar a tener una obra: el arte puede ayudar a transformar las realidades históricas. Como dije en un principio, no quiero argumentar a favor o en contra de alguno de los dos, pero esta noción del arte, a mi parecer, tiene la grave dificultad de convertir las obras de arte en meros pasquiches políticos e imposibilitarles un desarrollo puramente interno, estético. La conversación, al tener en común la postura hegeliana del arte (el arte debe corresponderse con la realidad histórica), se desvía sobre la noción de la realidad colombiana que cada uno tiene. Hasta aquí termina mi reseña de la conversación; otro, con más interés en la misma, podrá dar una opinión sobre las posturas.

Como dije, no me interesa escribir algo sobre la película o sobre las ideas políticas de Petro o Gaviria. Quiero, sobre todo, señalar las posibilidades del “espacio” en el que se desarrolla la conversación y las posibilidades que se pueden extraer de allí. Aunque una de las finalidades originales de la charla, quizá, haya sido la de patrocinar la película y conocer las opiniones de los dos políticos, me parece que allí se puede ver algo más. Este espacio es, para mí, un “espacio” estético. Y, señalar eso, también quiere decir, tal como lo define Rancière, que la estética está estrechamente relacionada con la realidad, o sea, con lo político y lo ético: la estética, ese conocimiento del arte que nació en el siglo XVIII, no es sólo un estudio referente al arte como un mundo autónomo, sino que también hace alusión a todas las esferas sociales, políticas y éticas. Por lo menos así lo pensó Friedrich Schiller en su Educación estética del hombre (1795). Este tipo de “espacios”, aunque sean simplemente formales y no justamente representativos, demuestran esa estrecha relación: el hecho de que se pueda acceder con facilidad a las ideas políticas de alguien a través de una simple valoración estética que hagan. Aunque el “espacio” que representa este conversatorio, también demuestra la posibilidad real de una discusión y un conflicto político en Colombia: es decir, de efectuar una democracia real. En otras palabras, la relación que se puede establecer entre la estética, que puede ir desde la simple valoración de una obra de arte, y el establecimiento de una política, de una democracia (que a su vez quiere decir polémica, no consensual, que es la actual forma de la “tercera vía” y el gobierno de integración que se quiere ver).

Esta última idea se puede comprobar si se observa el surgimiento de la democracia: del paso de una pre-política a una política. Los acontecimientos que sucedían al interior de los recitales de poesía en la Grecia de Platón, son, si se quiere, una de las primeras manifestaciones democráticas existentes, que dieron paso a la conformación de un demos. Platón, en el Ion, nos dice que en los tiempos antiguos, el juicio estético no era delegado a las manifestaciones del “populacho”: los silbidos y los gritos de niños, esclavos y la masa eran contenidas por unos guardianes. Las obras poéticas eran juzgadas por entidades conformadas por hombres cultos, preparados para ello. Sin embargo, reseña Platón con nostalgia, la tarea destinada a esos pocos hombres pasó a manos de los propios poetas. Ellos, poseídos por un alma irracional, estimaron que la única valoración aceptable es la realizada por el gusto del público, sin importar si está conformado por los hombres cultos o esclavos. Platón, que ve una degeneración en esta participación del demos, valida únicamente el juicios artístico de los hombres cultos y ridiculiza la del “populacho”. Como el poeta comienza a dedicarse a componer obras que sean aceptadas por un público más amplio, obras que exalten lo irracional y el placer, estos afirman que el juicio artístico es una competencia que también le puede corresponder a la masa. Así, ese público, que antes estaba destinado a ser contenido, sin voz, adquiere un poder de juzgar y valorar sobre lo bello y lo feo de una obra poética, y con ello, algo grave para Platón, esa amorfa democracia que nace en los escenarios poéticos, genera la convicción que así como para la poesía y la música, el demos tiene la capacidad y la facultad de opinar sobre cualquier cosa: en otras palabras, tiene una voz, una participación.

Las artes, al volverse más irracionales y al aceptar la valoración y el juicio del demos, para Platón, entran en una degeneración, que a su vez representa una degeneración política. La progresiva decadencia de las leyes pre-políticas nace como la creciente aparición de una voz del pueblo, una voz que nace en la participación del juicio estético. Es decir, la aparición de un “espacio” de participación y valoración estética es también la aparición de un “espacio” político de democratización.

Una de las críticas generalizadas que surgen cuando en nuestro país estamos cerca de los litigios es la ausencia de un verdadero espacio de discusión política. Los debates políticos han surgido como intentos de “democratización” de la “cosa política”, asumiendo que son espacios de confrontación reales. Sin embargo, se nota que estos espacios se realizan más con la finalidad de distribuir las propuestas y no la puesta en conflicto y la problematización de las ideas —que es la base central de la democracia. La pregunta es, pues, ¿Cómo conseguir la construcción de un “espacio” en donde se dé la confrontación? Que a su vez se podría plantear como: ¿es posible elaborar un “espacio” en donde se pueda llegar a conocer con profundidad las ideologías? Yo abogo porque la construcción de una democratización, la elaboración de un “espacio” político de confrontación, deba ser siempre un espacio estético. En otras palabras, estetizar la política. Esto también quiere decir que se deba politizar la estética. También quiere decir, que los “actores”, los representantes de estas disciplinas y actividades, deben redefinirse. Así como un estudioso del arte debe replantear su profesión, su lugar, esto se debe hacer en relación constante con las otras disciplinas. El político, el politólogo también debe reconstruir su lugar de participación y pensamiento; este “espacio” logró mostrarnos demostrarnos las diferencias políticas existentes entre dos políticos, que son a su vez la “izquierda” y la “derecha”; y, lo que es peor, las terribles semejanzas: la preocupación constante por el bienestar económico, la fe en el progreso, como el único factor social a establecer. En estos días en donde nuestro presidente ha intentado reformular propuestas para la devolución de la supuesta entrega de tierras, me gustaría oírlo hablar de Pedro Páramo; entonces, le preguntaría si una tierra que ha sido violentada, fuera de su utilidad económica, es aún un espacio habitable. Esperaría su respuesta pacientemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario