¿Qué es esto?

Ante todo, escribimos por vanidad; no por gusto, sino por ocio, porque no tentemos nada que hacer. Se escribe porque se quiere creer que se hace algo, pero de antemano sabemos que eso es sólo una mentira. Así como algunos aportan dinero, injusticias, felicidad, placer, Dasein aporta "tontería, ociosidad y vanidad".

domingo, 27 de febrero de 2011

Carta a Kenji Orito Díaz


He visto varias veces el video de Orito Kenji cuando recibe el premio como uno de los ten Outstanding Young People para la Junior Chamber International (JCI). Y, para ser honestos, no me dieron ganas de quedarme en Colombia, ni de aplaudir, ni de llorar: no produjo en mí ninguna sensación chauvinista. Creo que la única vez que sentí algo así fue cuando Colombia ganó la Copa América (suspiro), ¡hermoso día! En fin, la verdad, el video no me produjo sentimientos patrioteros, tampoco me conmovió. Eso no me hace superior, ni intelectual, ni “apátrida inducido”, ni nada por el estilo. Sólo sentí que nuestro Kenji es un gran orador y una persona que disfruta mucho de estar acá en Colombia: lo felicito por eso. Para mí, que nunca salí del país sino hasta los 22 años (y me fui para una ciudad llena de colombianos, --somos una plaga--), estar acá es una experiencia llena de adrenalina, risas y muchos temores. Pero bueno, a diferencia de Kenji, yo soy un cobarde: un completo pusilánime. Sin embargo, para mi defensa, quiero argumentarle a Kenji por qué no me gustó su ponencia y por qué sus afirmaciones no me parecen válidas. Para eso le voy a hacer una carta. Espero que le guste.

***

Carta para Kenji Orito Díaz.

Bogotá, 25-Febrero-2011

Querido Kenji,

Soy Cristian Acosta. Te escribo la presente simplemente porque no me gustó mucho tu ponencia. Digo “mucho”, porque no todo me pareció completamente deplorable: solo una gran parte. Espero no te ofenda. Seguro vas a pensar, como pensaría Paulo Coelho y Jorge Duque Linares, que soy un pesimista y que debería estar más bien agradecido con dios por haber nacido en Colombia y tener una familia tan hermosa. Pero bueno, debe ser porque tenemos orígenes diferentes: yo soy muy colombiano y no conozco ningún país desarrollado, tú, en cambio, tienes raíces en uno, tal vez el más aburrido de todos, que ha imitado bien todo lo que le gusta del resto de culturas en el mundo.

No me siento orgulloso de ser colombiano, no por ser Colombia lo que es (no totalmente); lo que pasa es que nunca he podido tener un orgullo chauvinista ni un fervor nacionalista, ya que me sentiría totalmente estúpido. Sin embargo, no creas. Admiro la gente como tú, que aman sus raíces. Para mí, mi patria es mi mamá: eso es amar las verdaderas raíces, pero bueno. Tendré que confesarte que en este país no he intentado construir nada y no me interesa mucho, la verdad. Tú y los intelectuales me podrán decir posmoderno, pero no me considero tal: soy sólo un pusilánime… Reitero: te admiro y admiro a los que son como tú.

Pero bueno Kenji, no te quiero aburrir.

Después de una hermosa introducción, en el video de tu aclamada conferencia apareces recibiendo el premio como el representante de los diez jóvenes más sobresalientes de Colombia; sí, eres “exaltado por Servicio Humanitario y Voluntario” (con mayúsculas). Hasta acá, tendré que confesarte, el video me mantenía en suspenso. Apareces tú, de repente. Eres un joven “colombo-japonés”: con rasgos orientales, una voz atrapante y con un excelente español, el colombiano. En este aspecto, sí soy medio “chauvinista”, lo admito.

Después de hacer una broma sobre tu origen arrocero, dices sentirte muy honrado de haber nacido en Colombia, de haber vivido tu niñez en Ciudad Bolívar y gran parte de la juventud en Japón. Cuentas cómo tu vida te fue moldeando para ser lo que ahora eres: un colombo-japonés dispuesto a servir a la comunidad, y sobre todo, a ayudar a los pobres en un barrio tan complicado. Sí, complicado, así te parezca normal. He sabido de este sector que tiene grupos ilegales, suceden masacres, zonas donde atracan las 24 horas del día: no sé, de pronto por ser tú tan importante no te pasa nada en Ciudad Bolívar. No sé si todos puedan decir lo mismo. Hasta acá, seguías siendo admirable.

Sin embargo, de un momento a otro, afirmas que en Colombia no hay pobreza, que acá lo único que hay es “pobreza mental”. Kenji, ¿será cierto eso? La comparación con Japón me deja perplejo, digna de una argumentación convincente: el país nipón es cinco veces más pequeño que Colombia y triplica la población colombiana; según tú, no tiene recursos naturales, diversidad: más o menos, para ti Japón no tiene nada, pero (de manera curiosa) es la segunda economía más fuerte del mundo. “Es un país pobre entre la riqueza…Colombia es un país rico que se da sus mañas para vivir en la pobreza”. Sigues con esto y terminas afirmando, desde tu punto de vista comparativo con tu otra patria, que acá no somos violentos, tenemos la mejor comida del mundo y, sobre todo, estamos llenos de héroes y de amor: el segundo país más feliz del mundo.

Bueno, Kenji. Acá creo que no compartimos lo mismo. Abiertamente, te digo que eso de que somos un país rico empeñado en ser pobre me molestó de sobremanera. Sí, somos ricos en mangos, en banano, en café, en muchas cosas más. Yo no me puedo quejar, pero ¿esta riqueza donde está? Para mí, estás afirmando que en Colombia hay pobreza porque queremos: nuestra pobreza es voluntaria. Pero ¿es que de verdad Ciudad Bolívar no te ha enseñado más que eso? Eso es muy triste. Sin duda (y no quiero parecerte “mamerto” ni mucho menos apologista del terrorismo) la pobreza acá, según mi ignorante posición tiene varios factores. El principal: una desigualdad terrible. Después, creo, estaría la existencia de un Estado parasitario y corrupto, para terminar en una falta de oportunidades.

No digo que no haya gente perezosa: yo soy uno de ellos. Pero ¿cómo es posible que sigas pensando que en este país los pobres desean ser pobres? Dices al principio de tu conferencia que nosotros hemos aprendido que dar lastima es algo muy rentable; pero bueno, Kenji: ¿quién nos tiene lástima? ¿Quiénes nos dan la limosna? Creo que tu afirmación es muy complicada. Yo no creo que seamos pobres porque se nos dé la gana o porque nos quede más fácil que ser ricos. Sin ofender, pero es una posición medio clasista, o no sé cómo llamarla. No sé si en Ciudad Bolívar haya muchas oportunidades, pero estoy seguro que en Colombia el desempleo va creciendo todos los días; hay gente subvalorada y otros que ahora resultan llamarse “sobre-calificados”; Colombia es un país donde la educación universitaria es costosa (sin querer decir que la Educación sea la salida de un país --este es un debate muy complicado--) y el costo de vida es carísimo; todos los servicios son privados: ese es el costo por desear tanta eficiencia, de querer el desarrollo.

En un país sin oportunidades como este la pobreza no es una opción voluntaria, digo yo. Ni quiero hablar de la concentración de la riqueza; seguro para ti: ellos si dejaron esa pobreza mental a un lado. “En este país también hay gente seria para hacer plata”, diría un amigo; si hablamos de la oportunidad de subsistir que ofrece la ilegalidad, la guerra o el narcotráfico, podríamos durar horas mirando las deficiencias económicas y laborales de este país, Kenji. No quiero atacarte tanto, entre todo me caes bien, chino. También dijiste algo cruel pero hermoso sobre el extranjero que viene a invertir acá: ellos dicen: “Colombia está bien, la razón es que los colombianos no lo sepan”. Pero yo creo que deberíamos ir más lejos, Kenji: los que tiene el control político y económico, los actores violentos, los que “surgen” con el narcotráfico y las actividades ilegales, los medios de comunicación, entre otros, se benefician de esta ignorancia.

No creo que seamos pobres mentales. Creo que somos pobres de motivación, de potencia. Hemos caído en fatalismo de que nada se puede cambiar. Yo soy una muestra de eso: somos un país de pusilánimes. Decía Rousseau que “la fuerza hizo los esclavos y la cobardía los mantiene”, o algo así. Esa abundancia de la que tú hablas, como el tapete de mangos, de nada nos sirve. Sí, todo está mal, señor Orito. Pero no porque no salgamos a rebuscarnos la plata. Creo que si crees que estamos en un país de perezosos que prefieren comer de lástima desde la comodidad de sus casa, estás muy equivocado. Estamos es un país que no hacemos nada para cambiar nuestra situación como un todo, estructuralmente como un país. No tenemos conciencia de país. No sabemos qué es eso que llaman ser colombiano no tenemos ni idea cómo funcionan las cosas. No nos importa.

Dudo que en las tajadas de la abuela, en el café, en la segunda felicidad del mundo esté la respuesta. El calentado no creo que sea un valor identitario muy fuerte para sentirnos identificados. Nosotros no somos una comunidad imaginada, Kenji: somos una individualidad imaginada. Así Ciudad Bolívar sea la fuente de lucro de la empresa cervecera, así haya muchos comedores comunitarios y así los niños de tu barrio reciban regalos en navidad y tengan televisores plasma en sus casas, esto no es símbolo de que seamos un país rico. Empleo y condiciones de vida digna, me parece, son las condiciones básicas para generar o “cosechar” la riqueza social. Eso no lo tenemos acá, Kenji. Creo que tenemos conceptos diferentes de riqueza: no es la gente per se, es más cómo se le da la posibilidad a la gente de ser. No siendo menos importante mencionarlo: creo que eso que tú llamas riqueza, la posesión de recursos naturales y materias primas, nunca ha sido la característica de los países ricos; es más, según muchos teóricos, poseer (porque no sabes hasta qué punto son nuestros estos recursos) estos elementos tan preciados ha sido la condición esencial para ser dominados, controlados y explotados. Lo que tú consideras riqueza no trae más que miseria, dependencia.

Para terminar la presente carta, no me podría despedir sin antes decirte que además de tu ponencia, también te vi en Canal Caracol hablando de las altas tasas de suicidio en Japón. Siento mucho que hayas perdido alguno de tus amigos porque se cansaron de vivir. Un presentador del programa, muy alarmado por los casos de suicidio, te pregunta la razón de los mismos; tú les respondes que es porque el Estado nipón les da todo “tan desmenuzado” que no hallan razones para vivir. “Sin dolor no te haces feliz”, dice el presentador con una sonrisa, sí, como la canción de La Ley. Ah, ya. ¿Es por eso que somos tan felices? En ese momento decidí volver a ver tu video y de escribirte esta carta. Sin duda, el Japón que tú describes parece el peor de los países posibles: nadie se quiere, nadie se saluda, nadie se ama, nadie se da un abrazo, pero tienen plata. Sin dudas, comparas dos polos opuestos. Con todo respeto: cualquiera se mataría en Japón así que no culpes al Estado de Bienestar japonés. Siguiendo tu línea argumentativa, yo podría inferir que en este país somos tan amantes de la vida por nuestra propia miseria.

Incluso, intentando interpretar de más, seguro has escuchado sobre el Harakiri o Seppuku. Obvio, eres japonés. Desde mi ignorancia y desde lo poco (nada) que sé sobre el suicidio en Japón, el Harakiri ha sido un legado cultural en este país, ¿todavía permanece esta tradición? Es decir, si los japoneses han considerado por muchísimos años al suicidio como un ritual de honor, de heroísmo y de auto-respeto (el campeón olímpico de Judo, Isao Inokuma “hizo el Harakiri” en 2001; lo mismo hizo el escritor Yukio Mishima, en 1970, quien planeó meticulosamente el acto, ya que soñaba poner fin a su vida con dicho ritual): ¿No será este factor importante en las cifras que tú das sobre suicidio en Japón? No sé si todo suicidio en el mundo es visto como señal de infortunio o desesperación. Es solo curiosidad.

Bueno Kenji, se me han acabado las palabras. Como viste, hay cosas buenas (muy pocas) de tu discurso, pero entre todo, me pareces una persona admirable. No puedo criticarte mucho porque yo, como decimos coloquialmente en este país, no le he ganado a nadie. Tu sí. Lástima que digas cosas que me generan tantas molestias. Ojalá podamos vernos un día y tomar Sake en Ciudad Bolívar o comer sandia (“patilla” me gusta decirle a mí) por ahí.

Cordiales y afectuosos saludos,

Cristian de Jesús Acosta Olaya.

Nota: agradezco a Juan Camilo Gómez por sus comentarios y sugerencias.

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