¿Qué es esto?

Ante todo, escribimos por vanidad; no por gusto, sino por ocio, porque no tentemos nada que hacer. Se escribe porque se quiere creer que se hace algo, pero de antemano sabemos que eso es sólo una mentira. Así como algunos aportan dinero, injusticias, felicidad, placer, Dasein aporta "tontería, ociosidad y vanidad".

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Un remedio para la ergofobia, el miedo a trabajar.

De las fobias que quizá genera más rechazo social en estos días, tristes y monótonos días, es la llamada ergofobia, o miedo al trabajo. Claro, hay muchas más que son rechazadas, como la gamofobia, miedo al matrimonio, prosofobia, miedo al progreso, la escalofobia, miedo a los colegios, o la sociofobia, miedo a la sociedad. A pesar de que, de una manera general, pueden ser un poco “extrañas”, “raras”, indeseables, no dejan de tener cierto tinte placentero de libertad. En cambio, existen otras fobias que son enfermizas: la amatofobia, miedo al polvo, la rupofobia, miedo a la suciedad, la obesofobia, miedo a engordar, la monopatofobia, miedo a las enfermedades, que son, quizá, producto de ciertas tendencias escépticas y culturales. Hay otras con las que nunca podría convivir: la venustrafobia, miedo a las mujeres hermosas, la sexofobia, sí, miedo al sexo, la sarmasofobia, miedo a los juegos amorosos, la ginofobia, miedo a las mujeres, la clinofobia, miedo a irse a dormir, o la onirogmafobia, miedo a los sueños húmedos, entre otras. Sin contar las que no dejan de ser graciosas: la telefonofobia, o miedo a los teléfonos, la xilofobia, miedo a la madera, la aurofobia, miedo al oro, la filemafobia, miedo a los besos, la tan común socerafobia, miedo a los suegros, o la hipopotomonstruosesquipedalofobia, miedo a las palabras largas.

La ergofobia, médicamente, ha sido relacionada constantemente con la simple falta de superación económica o la ausencia de metas personales. Sin embargo, las dos pueden estar estrechamente relacionadas. Más allá del simple hecho de que sea aburrido, que nunca sea satisfactorio, luchar contra la ergofobia, ya sea en su manifestación de miedo o de simple rechazo, es una tarea que parece esencial para el “normal” funcionamiento de la sociedad: la forma de hacerlo es asimilarlo a otro contenido, transformarlo en algo distinto, hacer de él, otra cosa o, simplemente, negarlo.

Son un centenar de fobias las que la medicina psiquíatrica trata. Como ya dije, hay muchas que son absolutamente extrañas. La hipertricofobia, también conocida como caetofobia, es el miedo al cabello, al pelo. Pero, en cambio, hay unas que parecen no estar medicalizadas o reguladas y que por su lado, podrían ser no tan raras como la del pelo: el miedo a la familia, por ejemplo: como si toda la historia de la formación de la familia, hubiera eliminado la posibilidad, hecho que no niega su existencia, de tenerle miedo a la familia: a los padres, a los hermanos, a las reuniones, a la unidad, al núcleo que ella representa. ¿Cómo poder unir estas dos esferas aparentemente opuestas: la una, fácilmente aceptable; la otra, latentemente rechazable? ¿Cómo se hace esa unificación, seguramente, tan conocida para nosotros de “el trabajo es tu familia”?

Hacia el año 1999 el canal de televisión RCN lanzó una telenovela que arrojaría a la televisión la fórmula para eliminar la ergofobia; un leiv motiv, fórmula recurrente, basado en la imagen de la empresa como un espacio que va más allá del simple contacto laboral. Yo soy Betty, la fea cuenta la historia de una mujer fea y que, gracias a su recorrido académico y a una larga cadena de acontecimientos, logra hacerse dueña de una de las más grandes empresas de textiles del país; hecho que transforma su vida por completo: económica y físicamente (y, por lo tanto, sentimentalmente. No quiero parecer “cruel” con las mujeres feas; todo lo contrario, estoy reseñando la telenovela que lejos de tener un carácter “amable” con las feas, ésta es una constante afirmación de la importancia de la belleza física. Esto se puede demostrar de varias maneras: entre Betty y su único amigo, Nicolás, igualmente feo, nunca se da una atracción mutua, por el contrario, secretamente, hacen un rechazo de la fealdad del otro, el doble que se niega. En vez de fijarse uno en el otro —ambos son inteligentes, visten igual, se ríen igual, han sido excluidos por su físico, etc. — sueñan con poseer a su extremo físico, a su otro yo: ella se enamora de un empresario exitoso, su jefe, que se codea sexualmente con las mujeres más bellas del país, y él, Nicolás, sueña con una secretaria que se acuesta con los empresarios más ricos del país. Más que lo cómico de la escena y de toda esa palabrería sobre los sueños y la posibilidad de vivirlos, lo que muestra es la inoperancia del amor entre los feos, lo ridículo, lo torpe, lo inexistente). Un padre sobreprotector, una cuasi violación, una real ausencia de afecto masculino, el rechazo de los demás, una vida solitaria hacen de la vida de La fea, incompleta, vacía; esto no sólo se entiende como un simple sinsentido de la vida, sino como la ausencia de un espacio, el no tener una parte, un nombre, una participación en algo, una importancia. La empresa, el trabajo, más que dar una seguridad económica, hecho por el cual vamos todos a trabajar, en la telenovela da, justamente, un espacio.

Betty empieza a tener una participación a partir del momento en el que entra a trabajar; ella es reconocida por lo que ha estudiado, por sus habilidades. La empresa, el trabajo, le da un nombre. Pero, más que eso, ella encuentra el amor: ese gran sentimiento que en la telenovela, en esta y en todas, hace todo más fácil, más llevadero. En ningún otro lugar este sentimiento es verdadero: eso se lo recuerda el joven que la llevó a la cama, aparentando amarla, para simplemente ganar una apuesta, contrastado con el repentino y purificado (luego de engaños, mentiras y traiciones) amor de su jefe. La empresa, el trabajo, es el espacio, el lugar, o, como se acostumbra llamar, la familia: su vida, que no existía, no es posible hallarla por fuera del trabajo y de la industria.

Asistimos a la desaparición de la ergofobia, de su encubrimiento; desaparece porque no tiene cabida; ya no se trata del trabajo, del esfuerzo físico derrochado, exigido y vendido (como diría Marx), sino del espacio en donde se hace la vida, en donde se desarrolla, forma, se aprende, educa, reeduca, se ama, y, más allá de lo que se alcanza a ver, felizmente se muere: es La Vida: todo lo que creíamos lo era, es absorbido por el trabajo, la empresa. El miedo al trabajo, en este caso, equivale a un miedo que hasta donde sé, y lo digo con la intención de equivocarme, no se ha medicalizado: el miedo a La Vida, a una específica.

Nota:

No era la intención ahondar en un tema que de por sí es ya bastante conocido: el hecho de que los medios de comunicación encarnan un poder que se efectúa sobre los televidentes. Era más bien mostrar las formas en las que este mecanismo opera. Tampoco debe leerse como una invitación a formas de oposición a esos mecanismos: a pesar de que ese conocimiento de por sí imprime una fuerza de distinción, de separación. Qué más puede uno hacer sino preguntar ¿bajo qué otro tipo de mecanismos opera el poder de los medios de comunicación? ¿Existe alguna manera de evadir ese tipo de mecanismo? O, ¿acaso preguntarnos eso, no es simplemente, otro mecanismo más del poder?

Juan Camilo.


2 comentarios:

  1. Un consejo: si no vas a dar un remedio para la ergofobia y ni tan siquiera pasos a seguir para poder lidiar con ella, no llames al artículo "Un remedio para la ergofobia". Ya sé que la ergofobia es el miedo al trabajo, la verdad es que no me interesan lo raras que sean las demás fobias porque bastante tengo con la mía (por cierto, el que inventó el nombre de la fobia a las palabras largas era un puñetero troll). Ya vi la serie de "Betty, la fea" en su momento y la muchacha tuvo que aguantar lo que no está escrito para que la tomasen en serio aun cuando ella solita era más competente que cualquiera de la empresa, no tiene que ver con la ergofobia porque ella lidiaba perfectamente con el trabajo. He leído este artículo hasta el final esperando encontrarme ese remedio para la ergofobia que dice el título, y me parece que me voy a quedar esperando.

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