
Recuerdo que la llegada de Los Simpson a la televisión colombiana causó muchos detractores, la mayoría de ellos, padres supuestamente preocupados por el crecimiento correcto y moral de sus hijos. Ellos argumentaban, y lo hacen hoy día, que era un programa que inducía a la ruptura moral, a la desintegración social, familiar, etc, (como todas las acusaciones que provienen de ellos). Algunos, los más chistosos de todos, creían en la existencia de contenidos satánicos escondidos en sus dibujos, a través de mensajes subliminales —aquella vieja y torpe estrategia que usan para creer que su inconsciente se encuentra en un estado de amenaza constante.

Una de las razones expuestas para argumentar la ruptura moral que generaba la seria eran las travesuras de Bart Simpson, o los actos, considerados “herejes”, que en ciertos capítulos hace Homero. Recuerdo en especial un capítulo, “Homero, el hereje”, en donde este, inducido por el fuerte frío de invierno, el azar que imposibilitó sus movimientos, deja de ir a la iglesia un domingo. Su familia, en especial su esposa, Marge, a pesar de las tremendas dificultades decida tomar fuerzas de donde nos las tiene y va, junto con sus hijos, al culto religioso. Este acto la somete a los más fuertes fríos y martirios climáticos. Como recompensa a su “pereza” para ir a la iglesia, Homero disfruta de uno de los “días más felices” de su vida, (cabe preguntarse si por el hecho de quedarse en casa o por el hecho de verse despojado, así sea por un par de horas, de su familia y ser de repente un joven soltero que vive su vida a su modo, sin las restricciones que se generan por el hecho de compartir un techo con alguien).
Luego de este maravilloso día, Homero decide realizar un personal sisma religioso y abandonar la iglesia sin que le signifique renunciar a sus creencias: quiere ver a Dios a su modo, sin complicaciones formales, desde la comodidad de su casa, sin sacrificios, recordándonos los principios de la llamada New Age. Las oposiciones y reacciones que pudo generar este tipo de contenidos en televisión no tardaron en aparecer. Muchos de nuestros padres se opusieron al programa; recuerdo que algunos amigos de infancia se les prohibía verlos y otros lo hacían clandestinamente.

Otro claro ejemplo es el capítulo titulado “El pequeño padrino”. Esta vez, Bart Simpson, después tener un día de mala suerte y sucesos infortunados —llegar tarde a la escuela, olvidar un permiso para ir a la fábrica de chocolates, pasar una tediosa tarde con el director de la escuela— cae en un sótano en donde se oculta la mafia de la serie y, como contraposición a todo lo que le había sucedido durante el día, logra adivinar el caballo ganador en una carrera y hacer, simplemente con la receta, un Martini estupendo. La mafia, como agradecimiento, lo contrata como barman y le pagan un sueldo superior al de su padre. A partir de allí, la actitud que empieza a asumir Bart es, justamente, el de un pequeño mafioso: contrata a sus compañeros de escuela para que hagan maldades, soborna al rector, etc. Para aquellos que se opusieron a Los Simpson, está claro, el capítulo señala que el camino de la ilegalidad, del dinero fácil, es mucho más cómodo y trae más ventajas que el otro, el correcto.
Contrariamente, los defensores acérrimos de Los Simpson, de quienes fui parte, declaran este tipo de acciones como uno de los logros más importantes de la campaña en contra de los valores tradicionales que ha empezado a surgir actualmente —acompañada de la abierta crítica contra la Iglesia, la aceptación de los homosexuales, el no “maltrato” infantil—. Los Simpson, por su contenido, es un programa que impulsa y promueve las transformaciones sociales que están aconteciendo actualmente. Es decir, creo que los defensores de la serie, aquellos a quiénes les interesa defenderla, lo hacen no solamente porque intentan rescatar lo “divertido” del programa, que se reduce a una serie de escenas de sentido cómico (caídas, golpes, estupideces), de las cuales aún me río, sino que también, en el fondo, hay una defensa generacional que se ha concentrado en la liquidación de su tradición, a través de una “burla” social. Un ejemplo claro de ello son los diversos artículos que ha publicado revistas como El Malpensante sobre la serie. Capítulos como en el que Bart vende su alma, o en donde Homero y su vecino (religioso tonto y asexuado) se casan en Las Vegas, después de una terrible borrachera, con unas mujeres de “poco fiar” como dicen por ahí. Estos capítulos muestran esa liberalidad que se ha constituido en el ethos, su supuesto modo de ser y de ver el mundo, de los jóvenes de por lo menos los últimos 30 años.
Creo que estas dos posturas sobre el programa, tan contrarias aparentemente, tienen un elemento común: el hecho de que la serie contiene un elemento de “burla” sobre los valores sociales. Cada uno de ellos lo toma a su favor: ya sea para rechazarlo o para aplaudirlo. Sin embargo, si hace una observación más detallada de la estructura de los capítulos, que esta seria guarda un contenido mucho más concreto y puntual que las desviadas formulaciones de los detractores y los defensores. Al mirar con un poco de atención nos podemos dar cuenta de que existe otra cosa en su trasfondo, un “algo” que responde a una simple pregunta: “Si realmente se burla de la sociedad y pone en ridículo las Instituciones, ¿por qué sigue, después de más de veinte años al aire, en uno de los países con el sistema más rígido de censura y en una productora Oficial, al servicio del Estado?”, que también se puede traducir como: ¿por qué no lo han censurado?, ¿por qué no es clandestino, como todos los productos que “burlan” la sociedad?
La estructura básica de los capítulos —los llamados “especial de Halloween” tienen otra muy similar— es el de la comedia clásica, y no sólo me refiero con ello a la “comedia clásica norteamericana de Hollywood”, aunque funciona también para esta, sino a la Comedia del Clasicismo, de la Ilustración, de la que fue representante Molière y otros tantos franceses del siglo XVII. Para los más ilustrados, el hecho de señalar que Los Simpson funcionan como una comedia, ya entenderá a lo que quiero llegar: el carácter completamente afirmativo de la moral. Uno de los elementos más importantes de la comedia es, tal como lo entienden los detractores y defensores de la serie, la “burla”. Como ya dije, la comedia tiene otra función que la de poner en crisis ciertos valores sociales: es una burla, justamente, a quien pone en duda las bases sociales. Hegel, filósofo alemán del siglo XIX, expone muy bien, en sus Lecciones de estética, la estructura formal de este género dramático. Para él, en resumen, la comedia está centrada en un personaje que fracasa en lo que hace; sin embargo, a diferencia de la tragedia (en donde también se fracasa en lo que se hace), este personaje intenta burlarse de la sociedad y no del Destino. En ese punto, tanto los detractores y los defensores de Los Simpson supieron ver con claridad este elemento. Hegel sigue señalando que, no obstante, este personaje que se burla es luego burlado por esa gran fuerza social de la que se burla, y esta segunda burla da paso al tercer elemento: una vuelta a la sociedad, una integración, que después de haber aprendido la lección, justamente, no burlarse, puede volver a ser parte del Todo social, que es justamente lo que no ven los detractores. En otras palabras, un personaje inicial X, se burla de la sociedad (representada por una pequeña comunidad, un valor moral, una Institución —la familia, la Iglesia) pero luego, ese actuar es puesto en “ridículo” por esa misma sociedad (la burla de X fracasa por alguna torpeza, porque la institución moral es demasiado férrea) y es aleccionado, él aprende de sus errores y vuelve a integrarse a la Institución, obviamente, después de confesar su error.
Quiero poner un ejemplo sencillo para aclarar un poco esto. A lo largo del siglo XIX, en Colombia y en varios países de Latinoamérica se escribieron un sinnúmero de comedias. Soledad Acosta de Samper es una de las escritoras colombianas más recordada y ella, junto a su marido, José María Samper, escribieron las comedias más recordadas por aquellos desocupados que han leído estas historias. Todas ellas han sido catalogadas como “Comedias de costumbres” porque pretenden mostrar la vida rural y campesina. Casi todas las comedias escritas por ellos dos, y casi la gran totalidad que se escribieron en esta época, no sólo en Colombia, sino en Perú, Ecuador, Argentina, tienen la misma estructura general anteriormente mencionada. Casi todas tienen una historia de amor, un triángulo amoroso. Una muchacha, el personaje cómico, por lo general llamada Juana o María, hogareña, de casa, que vive con su padre, en algunos casos un militar en retiro, o alguien de un carácter moralmente férreo, tiene un pequeño compromiso con un muchacho que, gracias a su dote, su dinero, y a los negocios que tiene con el papá de la muchacha es recibido en casa. El carácter y comportamiento de este joven muchacho está de acuerdo con todo lo que un suegro, o proyecto de suegro, esperaría: muchacho decente, que no dice una mala palabra, siempre bien vestido, elegante, sexualmente pasivo, etc. Estos rasgos del pretendiente inicial, como se puede intuir, no convencen del todo a la muchacha y por lo tanto la comedia es el proceso que debe sufrir ella para convencerse de eso (en ello radicará la finalidad de la comedia, en afirmar que lo mejor para una mujer es un esposo de esos rasgos).
Por un extraño incidente o por pura casualidad llega a la casa u nombre huyendo de la ley, en busca de algo de comer, etc. Recuerdo con mucha claridad una comedia en donde llega un personaje que llega a escena después de estar huyendo, por más de dos años a la justicia después de haberle robado a su mejor amigo una gran parte de sus riquezas. Llega a la casa y, para asegurarse una buena bienvenida, finge ser un extranjero (hablando un francés horrible) o una persona que tiene mucho dinero y ha llegado de estudiar de Francia o de Inglaterra. Este personaje, al contrario del pretendiente inicial, es potencialmente atractivo para una mujer cualquiera: nada tímido, varonil, atractivo, conversador, de un gran humor, etc. Cuando llega a la casa en lo primero que se fija es en la hija y con gran astucia logra enamorarla. Las mentiras, la adulación siempre van a tener un buen efecto en las mujeres, nos lo recuerda este tipo de comedias. El padre, de quien uno esperaría un poco más de astucia, también, en algunos casos, cae atrapado en las redes de este personaje. El primer pretendiente, sospechando que ha llegado un rival de mayor peso, clandestinamente espía la casa y luego de sufrir un amargo desamor, se da cuenta que aquel hombre es un amigo que de joven lo ha robado: el primer pretendiente es aquel amigo que ha robado o hecho daño el segundo. El engaño del segundo pretendiente, en otras comedias, tiene diversas maneras de desenredarse. Se descubre su verdadero nombre, un testigo, una marca en el cuerpo, etc. El hecho es que el pretendiente que engaña es descubierto, aquel que había logrado burlar las buenas costumbres del padre y de la hija, a través de la burla y el engaño, pronto es descubierto y puesto en ridículo. Así, el personaje central, la muchacha, sobre quien recae toda la acción, aprende la lección a través de una burla: el burlador sale burlado y ella debe aprender que el mejor de los pretendientes es aquel que es moralmente correcto, honesto, tiene dinero, ha insistido durante toda su vida, etc.
De esta manera, casi todas las comedias tienen este modo de operación: un personaje que se burla de la moral (la muchacha que deja de creer en lo asexual y moralmente correcto del primer pretendiente por los engaños pero gran sexualidad del segundo) es luego burlado por ella. Al final de casi todas las comedias, luego de aceptar su error, la muchacha termina casada con el primer pretendiente y es “destinada” a una vida “correcta” en un santo matrimonio. Es decir, la sociedad la acepta luego de haberla puesto en ridículo por sus actos. Las comedias norteamericanas funcionan también de esta manera. Todos recuerdan la comedia “Al diablo por el diablo”. En esta, una hombre, nada sexualmente atractivo y torpe, decide firmar un trato con el diablo para acceder al amor de un mujer del trabajo que nunca le para atención. Todo, como todos los trucos que están por fuera de la moral, le sale mal y al final, luego de un acto desinteresado logra salvar su alma, aprende la lección (no burlarse de la moral de Dios) y, por cosas del azar, conoce a una mujer similar a la inicial y termina casado: ha aprendido la lección y ahora sí puede ser feliz.
Todos estos tipos de acciones, constituyen la estructura formal de la comedia: burla inicial, burla al burlador, lección y aprendizaje de la lección y re inserción a la sociedad. Sobre esta misma plantilla, curiosamente, funcionan Los Simpson. De esta manera, si se observa con detalle, al final de los dos capítulos que reseñé, cada uno de estos personajes (Bar, Homero, Lisa, Marge), que al principio ha cometido una burla (que causa un escándalo supremo en los preservadores de nuestra moral) es burlado y con ello, aleccionado de la peor forma con la que se puede enseñar: la humillación. El Homero hereje, luego de incendiársele la casa tras haberse quedado dormido, entiende que su forma de vivir lo lleva a la destrucción y, por el contrario, la correcta, la de su vecino Flanders, extremista religioso, no: por eso el fuego, en una pequeña escena, no produce efectos destructivos en la casa de este. El Bart mafioso, luego de una pequeña traición ejecutada por la mafia y de ser acusado por esta como el líder de la organización, se retira y comprende que ese es un camino de perdición: la aceptación de eso le indica que debe aprender a no burlarse de la sociedad. Personajes como “Daniel el travieso” y otros tantos caen en esta lógica: sólo son aceptadas mientras no perturben el orden social, pues cuando lo hagan, la misma sociedad, a través del rechazo, la humillación, el maltrato, se encargará de corregirlo, aleccionarlo y reintegrarlo nuevamente al orden establecido.
De esa manera, no es una burla a la moral social ni mucho menos. Es obvio que, si fuera así, estaría destinado a la clandestinidad. Y, como vemos, no tiene nada de innovador, simplemente repite un esquema constante, que se ajusta claramente a un modelo desarrollado para fortalecer el orden moral. Cada burla, cada comentario ofensivo a la Iglesia, a la policía, lo ejecuta un personaje que pronto será burlado; un personaje que, ya se sabe de antemano, perderá y fracasará: pienso que de algún modo se soporta este tipo de comentarios ofensivos porque, de antemano, ya se sabe que al final de cada capítulo tendrá que pedir perdón por lo dicho. Creo que lo cómico para muchas personas que ven Los Simpson está justamente allí: cuando Homero se burla de sus valores sociales, ellos se ríen a sabiendas que pronto el personaje será maltratado por lo dicho. De lo contrario, sus risas desembocarían en un rechazo absoluto.
No quiero extenderme más pero esto inevitablemente nos lleva a formularnos una pregunta, a la cual desde hace rato quería llegar: ¿no serán estas “transformaciones radicales” de los valores tradicionales, tal como lo afirman nuestros nuevos conservadores morales (psicólogos de televisión, sacerdotes, censuradores) continuaciones transformadas de los valores que sostienen moralmente la sociedad? Pienso que, si se quiere realmente desestabilizar las estructuras sociales, se debe hacer mediante la disonancia, tanto estructural como de contenido, de los programas. Sin duda alguna, Los Simpson son tan cercanos a nosotros (la familia que sufre pero es feliz al final, el padre torpe con sus hijos pero lleno de un gran amor, la ama de casa que sacrifica su vida enteramente por el “Bien” de los demás) que nunca podrían estar en oposición a la moral social, tanto religiosa como ética, y que sostiene, “como en un cuento de hadas”, nuestras actuales instituciones (Estado, familia, educación) y que, contrariamente, en la realidad objetiva, no nos han llevado a un final feliz.
Juan Camilo Gómez.